Democracia y educación (2)
La responsabilidad de la educación, sin duda, corresponde en parte a la escuela, a la universidad y a todos los sistemas formales de información. Ello es cierto tanto si el objetivo de la educación es educar para la libertad y la democracia, como postulaba Dewey, o bien educar para la obediencia, la subordinación y la marginalización, como exigen las instituciones dominantes.
Un sociólogo de la universidad de Chicago, James Coleman, que es uno de los principales investigadores del sistema educativo y los efectos de la experiencia en la vida de los niños y ha realizado numerosos estudios al respecto, ha llegado a la conclusión de que el efecto global del ambiente y el trasfondo familiar determina los resultados obtenidos por el estudiante en mucha mayor medida que el de la variable escolar.
Similares conclusiones se han visto refutadas gracias a un estudio de la UNICEF publicado en 1993 y llamado Desatención infantil en las sociedades ricas [Child neglect in rich societies]. Fue realizado por una economista estadounidense muy conocida, Sylvia Ann Hewlett. Según sus conclusiones, el modelo anglo-estadounidense, encabezado por los «reaganitas» y Margaret Thatcher, ha resultado un desastre para los niños y las familias. El modelo europeo y japonés, sin embargo, partía de una situación que ya era más favorable (en 1993).
Hewlett considera que el desastre del modelo angloamericano es atribuible «a la preferencia ideológica por el “mercado libre”», mercado libre para los pobres y subvenciones públicas y protección estatal para los ricos, privatizando casi toda la atención infantil, a la vez que la mayoría de las familias se han visto en la imposibilidad de atender personalmente a sus hijos.
Pues bien, parece ser que eso es irrelevante para el declive de los cocientes intelectuales, al igual que lo es todo lo analizado por Hewlett en su estudio del modelo angloestadounidense, «en el que domina la desatención». Bien al contrario, parece ser que lo más determinante para ese declive según el relato oficialista son… los genes defectuosos. De alguna manera, a la gente se le están estropeando los genes, y hay varias teorías que intentan explicarlo. Quizá lo que sucede es que la leche de las madres negras no alimenta correctamente a sus hijos, y ello se debe quizá a que crecieron en África, que tiene un clima hostil.
Mientras tanto, las Juntas Estatales de Educación [State Boards of Education] y de la Asociación Médica Americana, afirman que «es la primera vez que la generación de los hijos es menos saludable, ha sido peor cuidada y está peor preparada para la vida que la generación de sus padres a su misma edad»
La política empresarial del estado durante los últimos años, y muy especialmente bajo Reagan y Thatcher. responde al designio de enriquecer a una pequeña minoría y empobrecer a la gran mayoría. Y lo han logrado, han logrado exactamente lo que pretendían. Eso significa que la gente tiene que trabajar muchas más horas para poder sobrevivir. La mayoría de las parejas tienen que trabajar los dos y durante más de cincuenta horas semanales, solo para cubrir las necesidades mínimas de la familia. Entretanto, curiosamente, los beneficios empresariales se han disparado.
Otro factor crucial es la inseguridad laboral. Ya me entienden, es lo que los economistas suelen llamar «flexibilidad del mercado de trabajo», lo que resultará estupendo para la teología académica dominante, pero es una auténtica maldición para las personas. Flexibilidad del mercado laboral significa que tienes que trabajar horas extra sin saber siquiera si mañana tendrás trabajo, por ejemplo. No hay contratos, no hay derechos, esa es la flexibilidad.
Pero cuando los dos miembros de la pareja trabajan horas extras y, en muchos casos, lo hacen por un sueldo cada vez más bajo, creo que no hay que ser una hacha para predecir el resultado. Las estadísticas lo reflejan, pueden leerlas en el estudio de Hewlett para la UNICEF, si les interesa; pero lo que se nos viene encima es evidente, sin necesidad de consultarlas. Indican que el tiempo de contacto afectivo, el tiempo que los padres pasan con sus hijos, se ha reducido drásticamente en las sociedades anglo-estadounidenses, durante los últimos veinticinco años, pero sobre todo en los más recientes. Hoy los padres pasan con sus hijos una media de entre diez y doce horas a la semana.
Pero, además, también se ha reducido la proporción de tiempo «de alta calidad», esto es, el tiempo durante el cual los padres no hacen nada más que estar con los niños. Eso destruye la identidad y los valores familiares. Hace que la supervisión de los niños se confíe cada vez, más a los medios.
Los “niños con llave de casa”, que están solos al volver de la escuela; es un factor clave del creciente alcoholismo infantil, de la drogadicción infantil, de la violencia criminal de unos niños contra otros y tantas otras consecuencias obvias sobre la salud, la educación, la capacidad de participar en una sociedad democrática o incluso la supervivencia personal, además del ya referido descenso de los cocientes intelectuales y las pruebas de acceso a la universidad. Pero no debe preocuparnos. La culpa, como bien saben todos ustedes, es de los genes defectuosos.
No, no son las leyes de la naturaleza las que producen estos efectos. Su causa es una política social cuidadosamente trazada para una meta específica, que es la de enriquecer a los 500 del ránquing de Fortune y empobrecer al resto. Permítanme precisar, sin embargo, e incluso recalcarlo, que el proceso no se limita a las sociedades de los Estados Unidos y Gran Bretaña. Somos un país poderoso. Tenemos influencia. ¿Qué sucede cuando otros países, dentro de nuestra zona de influencia, intentan desarrollar políticas que beneficien a la familia y los niños?
Vale la pena preguntárselo, la respuesta es muy llamativa. La región que controlamos más a nuestras anchas es la de Centroamérica y el Caribe. Dos de sus países han emprendido políticas como las mencionadas y, de hecho, con un éxito considerable. Se trata de Cuba y de Nicaragua (actualmente también hay intentos en Brasil y Venezuela).
En Nicaragua, por ejemplo, la mejora de los estándares de salud, el crecimiento de la alfabetización y la reducción de la mal nutrición infantil se han invertido gracias a la guerra terrorista que hemos desarrollado allí, y ahora todos estos indicadores se acercan a los niveles de Haití. En el caso de Cuba, claro está, la guerra terrorista lleva mucho más tiempo en marcha, ya que fue iniciada por John F. Kennedy. Y no tenía nada que ver con el comunismo, no es que estuvieran rondando los rusos.
Tenía que ver, más bien, con el hecho de que los cubanos estaban destinando demasiados recursos a los sectores equivocados de la población; con que estaban mejorando los estándares de salud; con que les preocupaba la malnutrición, la situación de los niños. Así que iniciamos una guerra terrorista implacable. Recientemente se ha desclasificado un buen montón de documentos de la CIA que aclaran numerosos detalles de la época de Kennedy, y son terribles. Hoy en día, la situación continúa siendo la misma. De hecho, se produjo otro ataque hará cosa de un par de años. Y, para colmo, se ha dispuesto un embargo que ha de asegurar que lo pasen realmente mal (sanciones).
Durante muchos años, el pretexto para justificar todo esto eran los rusos, pero no es más que una mentira, como demuestran los acontecimientos de aquella época y, de forma aún más clara, los acontecimientos actuales, toda vez que los rusos han desaparecido. Era una tarea especial para los «vendidos de la clerigalla»: que nadie se dé cuenta de que después de la desaparición de los rusos hemos endurecido nuestra embestida contra Cuba. Suena un poco raro, si se supone que el ataque obedecía a que eran la avanzadilla del comunismo y el imperio ruso, pero no hay problema, eso se arregla.
¿Cuándo hemos endurecido las condiciones del embargo? Cuando los rusos han desaparecido de la escena, es decir, cuando se ha hecho posible estrangular definitivamente a Cuba. Un demócrata liberal, Robert Torricelli, envió una propuesta al congreso a favor de prohibir que pudiera comerciar con la isla ninguna filial de empresas estadounidenses, o ninguna corporación extranjera que utilizara componentes fabricados en los Estados Unidos. La violación de las leyes internacionales era tan evidente que George Bush tuvo que vetarla. Sin embargo, se vio forzado a aceptarla para contrarrestar el avance de los partidarios de Clinton en las pasadas elecciones, con posturas aún más derechistas que las suyas.
Por poner un ejemplo, se bloqueó la exportación de un mecanismo de filtrado del agua por parte de una compañía sueca, porque uno de sus componentes se fabrica en los Estados Unidos; este mecanismo se usa en la preparación de vacunas. Hay que estrangularlos hasta que revienten, hay que asegurarse de que muera una buena cantidad de niños. Porque uno de los efectos de esta ley es un repunte drástico de la mal nutrición y la mortalidad infantil.
Otro es una rara enfermedad neurològica que se ha extendido por la isla, y de la que todo el mundo finge desconocer las causas. Pero las causas son claras: se debe a la mal nutrición, es una enfermedad conocida, pero que no se veía desde el tiempo de los campos de prisioneros japoneses, durante la segunda guerra mundial. Lo hacemos a conciencia, como se puede ver. El espíritu antifamiliar y antiinfantil no se ceba solo en los niños de Nueva York, sino mucho más allá.
Ahora la mayoría de la población se refugia en lo que la prensa suele denominar «antipolítica», esto es, en odiar al gobierno, en despreciar los partidos políticos y el procesodemocrático en general. Los «aristócratas» pueden cantar victoria, los aristócratas en el sentido de Jefferson, es decir, los que temen al pueblo y desconfían del él, y quisieran entregar todo el poder a las clases altas. Hoy en día las clases altas son las corporaciones trasnacionales y los estados y las instituciones paragubernamentales que sirven a sus intereses.
Una segunda victoria para los aristócratas es que la desilusión, que es palmaria, se convierta en «antipolítica». Un titular del New York Times, que se ocupaba de esta cuestión, rezaba así: «La ira y el cinismo crecen entre los votantes mientras decrece la esperanza. El ambiente va a peor y cada vez más gente se siente desilusionada con la política».
Se nos presentan, por tanto, las opciones habituales. Podemos elegir ser demócratas, en el sentido jeffersoniano del término. O también podemos escoger ser aristócratas, que es el camino más fácil, y el que será recompensado por las diversas instituciones. Puede devengarnos un beneficio muy notable, vistos los extremos de riqueza, privilegio y poder a los que tiende por naturaleza. El segundo camino, el camino de los demócratas, implica la lucha constante, y muchas veces la derrota; pero ofrece recompensas muy superiores a todo lo que puedan pensar los que sucumben al «nuevo espíritu de la época», al «hazte rico, olvídate de todo menos de ti mismo».